R-33
EL DESEO DE DIOS
Como dice Benedicto XVI (1) “El hombre lleva en sí un misterioso deseo de Dios” y recuerda que en el Catecismo de La iglesia Católica se señala “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (N-27) Pero en amplios sectores de la sociedad actual, El ya no es el esperado, el deseado. No obstante el deseo de Dios no ha desaparecido del todo en medio de nosotros. Con frecuencia el hombre se pregunta sobre qué es de verdad el bien y siente que es algo que él no puede construir pero que está llamado a buscar y reconocer. Observamos que “A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de manera nueva, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo real”. Pero eso supone mucha entrega: Porque “ha de estar dispuesto a des-centrarse, a ponerse al servicio del otro, hasta renunciar a uno mismo” (2). “Hay pues, un camino a recorrer que profundiza progresivamente en el conocimiento de este amor” y el misterio, poco a poco, se agranda y entonces se palpa que “ni siquiera la persona amada, de hecho, es capaz de saciar el deseo que anhela el corazón humano” Asi pues, el hombre puede llegar a conocer bien lo que no le sacia, pero no puede imaginar o definir qué le haría experimentar esa felicidad cuya nostalgia lleva en el corazón. El hombre es buscador del Absoluto, un buscador de pasos pequeños e inciertos, porque tiene “el corazón inquieto” que sólo con Dios se sacia, como decía San Agustín. La pedagogía del deseo nos enseña a re-aprender el gusto de las alegrías auténticas de la vida; conviene, desde pequeños, saborear el bien, la belleza que nos rodea: familia, amistad, solidaridad, renuncia del propio yo para servir al otro, el amor por el conocimiento, por el arte, por la belleza de la naturaleza. Eso significa ejercitar el gusto interior y producir anticuerpos eficaces contra la banalización y “Entonces será más fácil soltar o rechazar cuanto, aun aparentemente atractivo, se revela insípido, fuente de acostumbramiento y no de libertad y, además, dejará que surja en nosotros el deseo de Dios”, y veremos cómo las alegrías más verdaderas nos llevan a querer un bien más alto, más profundo, “a percibir con claridad que nada finito colma nuestro corazón”. Entonces se constata que el don de la fe no es absurdo, no es irracional, el don nos lleva al Dios deseado. Incluso en el abismo del pecado no se apaga en el hombre esa chispa que le permite reconocer el bien verdadero, saborear y emprender así la remontada, a la que Dios, con el don de la gracia, jamás deja de ayudar. “Cuando en el deseo se abre la ventana hacia Dios, esto ya es señal de la presencia de la fe en el alma, fe que es una gracia de Dios”. El hombre está hecho para libremente acoger la fe que Dios le regala: El hombre busca y Dios se ofrece. Marzo 2013
(1) Benedicto XVI. Audiencia General Miércoles 7 de Noviembre de 2012 (2) Benedicto XVI. Encíclica Deus Caritas Est
|
Copyright © www.reflexionesbreves.com |